VEN POTENCIA DIVINA DE AMOR
VEN SABIDURÍA DE DIOS
VEN LUZ INFINITA
VEN A MI POBRE CORAZÓN ,
PURIFÍCALO, SANTIFÍCALO
HAZLO TODO TUYO, AMÉN.!
Para éste domingo y en la Liturgia Católica , la Iglesia celebra con gran júbilo sagrado la Fiesta Admirable de Pentecostés , pasados estos 50 días desde la Gloriosa Ascensión de Nuestro Salvador. Aquí expongo el gran episodio sobrenatural de la Venida del Divino Espíritu de acuerdo a las revelaciones a María de Agreda, mística española.
Mil bendiciones
El editor
CAPITULO XXXI. Restaurase la humanidad de Cristo. Únase su cuerpo al de
María.
Desciende el Espíritu Santo
al CENÁCULO.
Estuvo el alma de Cristo
nuestro Salvador en el limbo desde las tres y media del viernes a la tarde,
hasta después de las tres de la mañana del domingo siguiente. A esta hora
volvió al sepulcro.
En el sepulcro estaban otros
muchos ángeles que le guardaban, venerando el sagrado cuerpo unido a la
divinidad. Y algunos de ellos, por mandato de su Reina, habían recogido las
reliquias de la sangre que derramó su Hijo Santísimo, los pedazos de carne que
le derribaron de las heridas, los cabellos que arrancaron de su divino rostro y
cabeza, y todo lo de-más que pertenecía al ornato y perfecta integridad de su Humanidad
Santísima.
Y los ángeles guardaban estas reliquias. Por
ministerio de los ángeles fueron restituidas al sagrado cuerpo difunto todas
las partes y reliquias que tenían recogidas, dejándole con su natural
integridad y perfección. Y al mismo instante el alma santísima del Señor se
reunió al cuerpo, y juntamente le dio inmortal vida y gloria. Y en lugar de la
sábana y unciones con que le enterraron, quedó vestido de las cuatro dotes de
gloria:
Claridad,
Impasibilidad,
Agilidad y
Sutileza.
Por la impasibilidad quedó invencible de todo el poder
criado, porque ninguna potencia le podía alterar ni mudar. Por la sutilidad quedó tan purificada la materia gruesa
y terrena, que sin resistencia de otros cuerpos se podía penetrar con ellos
como si fuera espíritu incorpóreo; y así penetró la lápida del sepulcro, sin
moverla ni dividirla, el que por semejante modo había salido del virginal
vientre de su Purísima Madre.
La agilidad le dejó tan libre del peso y tardanza
de la materia, que excedía a la que tienen los ángeles inmateriales, y por sí
mismo podía moverse con más presteza que ellos de un lugar a otro, como lo hizo
en las apariciones de los Apóstoles y en otras ocasiones.
Las Sagradas Llagas que antes afeaban su
Santísimo Cuerpo quedaron en pies, manos y costado tan hermosos, refulgentes y
brillantes, que le hacían más vistoso y agraciado, con admirable modo y
variedad.
Con toda esta belleza y gloria se levantó
nuestro Salvador del sepulcro.
Y en el mismo instante que el Alma Santísima
de Cristo entró en su Cuerpo Y le dio vida, correspondió en el de la Madre la
comunicación del gozo. Sucedió que en aquella ocasión el evangelista San Juan
fue a visitarla para consolarla en su amarga soledad, y encontrola
repentinamente llena de resplandor y señales de Gloria a la que antes apenas
conocía por su tristeza. Admiró se el santo Apóstol, y habiéndola mirado con
grande reverencia, juzgó que ya el Señor sería resucitado, pues la Madre estaba
renovada en alegría.
Estando así prevenida María, entró Cristo
resucitado y glorioso, acompañado de todos los Santos y Patriarcas. Postróse en
tierra la Reina, y adoró a su Hijo, y su Majestad la levantó y llegó a sí
mismo. Y con este contacto (mayor que el que pedía la Magdalena de la humanidad
y llagas de Cristo) recibió la Madre Virgen un extraordinario favor, que ella
sola mereció, como exenta de la ley del pecado. Y aunque no fue el mayor de los
favores que tuvo en esta ocasión, con todo eso no pudiera recibirle, si no
fuera confortada de los ángeles y por el mismo Señor, para que sus potencias no
desfallecieran vio la Divinidad intuitiva y claramente.
En compañía de la Reina del cielo perseveraban
alegres los doce Apóstoles con los demás discípulos y fieles aguardando en el
cenáculo la promesa del Salvador, confirmada por la Madre, de que les enviaría
de las alturas al Espíritu consolador, que les enseñaría y administraría todas
las cosas que en su doctrina habían oído. Estaban todos unánimes y tan
conformes en la caridad, que en todos aquellos días ninguno tuvo pensamiento,
afecto ni ademán contrario de los otros.
María Santísima con la plenitud de sabiduría
y gracia conoció el tiempo y la hora determinada por la Divina Voluntad para
enviar al Espíritu Santo
sobre el colegio apostólico.
El día de Pentecostés por la mañana la Reina previno a
los Apóstoles, a los demás discípulos y mujeres santas (que todas eran ciento
veinte personas) para que orasen y esperasen con mayor fervor, porque muy
presto serían visitados de las alturas con el Divino Espíritu. Y estando así orando todos
juntos, ,a la hora de tercia se oyó en el aire un gran sonido de espantoso
tronido, y un viento o espíritu vehemente con grande resplandor, como de
relámpago y de fuego; y todo se encaminó a la casa del cenáculo, llenándola de
luz y derramándose aquel divino
fuego sobre toda aquella santa congregación. Aparecieron sobre la cabeza
de cada uno de los ciento veinte unas lenguas del mismo fuego en que venía el Espíritu
Santo, llenándolos a todos y a cada uno de divinas influencias y
dones soberanos, causando a un mismo tiempo muy diferentes y contrarios efectos
en el cenáculo y en todo Jerusalén, según la diversidad de sujetos.
Los Apóstoles fueron también llenos y
repletos del Espíritu
Santo, porque recibieron admirables aumentos de la gracia
justificante en grado muy levantado; y solos ellos doce fueron confirmados
en esta gracia para no perderla. Respectivamente se les infundieron
hábitos de los siete dones, sabiduría,
entendimiento, ciencia, piedad, consejo, fortaleza y temor, todos en
grado convenientísimo. En este beneficio tan grandioso y admirable, como nuevo
en el mundo, quedaron los doce Apóstoles elevados y renovados para ser idóneos
ministros del Nuevo
Testamento y fundadores
de la Iglesia evangélica en todo el mundo.
En todos los demás discípulos, y otros fieles
que recibieron el Espíritu
Santo en el cenáculo, obró el Altísimo los mismos efectos con proporción
y respectivamente, salvo que no fueron confirmados en gracia como los
Apóstoles; mas según la disposición de cada uno se les comunicó la gracia y
dones con más o menos abundancia para el ministerio que les tocaba en la Iglesia. La misma
proporción se guardó en los Apóstoles; pero San Pedro y San Juan señaladamente
fueron aventajados con estos dones por los más altos oficios que tenían; el uno de gobernar la Iglesia como
cabeza, y el otro de asistir y servir a María Santísima. El texto de San Lucas
dice que el Espíritu Santo
llenó toda la casa donde estaba aquella feliz congregación, no sólo porque todos
en ella quedaron llenos del Divino
Espíritu y de sus inefables dones, sino porque la misma casa fue llena
de admirable luz y resplandor. Esta plenitud de maravillas y prodigios redundó
Y se comunicó a otros fuera del cenáculo; porque obró también diversos y varios
efectos el Espíritu Santo
en los moradores y vecinos de Jerusalén.
No son menos admirables, aunque más ocultos,
otros efectos muy contrarios a los que he dicho que el mismo Espíritu Divino obró este
día en Jerusalén.
Sucedió,
pues, que con el espantoso trueno y vehemente conmoción del aire y relámpagos
en que vino el Espíritu
Santo, turbó y atemorizó a todos los moradores de la ciudad enemigos
del Señor, respectivamente a cada uno según su maldad y perfidia. Señalóse
este castigo con todos cuantos fueron actores y concurrieron en la muerte de
nuestro Salvador, particularizándose y airándose en malicia y rabia. Todos
éstos cayeron en tierra por tres horas, dando en
ella de cerebro.
Y los que
azotaron a Su Majestad murieron luego todos ahogados de su
propia sangre, que del golpe se les movió y trasvenó hasta sofocarlos, por la
que con tanta impiedad derramaron. El que dio la bofetada
a Su Majestad Divina,
no sólo murió repentinamente, sino que fue lanzado
en el infierno en alma y cuerpo. Otros de los judíos, aunque no
murieron, quedaron castigados con intensos dolores y algunas enfermedades
abominables, que con la Sangre
de Cristo de que se cargaron han pasado a sus descendientes, y aún perseveran hoy entre ellos, y los
hacen inmundísimos y horribles. Este castigo fue notorio en Jerusalén, aunque
los pontífices y fariseos pusieron gran diligencia en desmentirlo, como lo
hicieron en la resurrección del Salvador.
Sus comentarios: januacoeli.puertadelcielo@gmail.com