martes, 14 de julio de 2009

VINE A ECHAR FUEGO SOBRE LA TIERRA



"Ignem veni mittere in terram et quid volo si accendatur "





Fuego vine a echar sobre la tierra; Cuánto desearía que ya estuviera ardiendo



(Frase de Jesús - Vulgata - Lucas 12, 49)


San Ambrosio (hacia 340-397) obispo de Milán, Padre de la Iglesia Católica
Tratado sobre San Lucas, 7: 131-132; SC 52

“He venido a prender fuego en el mundo” - “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! El Señor quiere que seamos vigilantes, esperando de un momento a otro la venida del Salvador... Pero como el provecho es poco y débil el mérito cuando es el temor al suplicio lo que nos aparta del camino errado, porque el amor tiene un valor superior, por esto el Señor mismo.....inflama nuestro deseo de Dios cuando dice: “He venido a prender fuego en el mundo “. Desde luego no un fuego que destruye, sino aquel que genera una voluntad dispuesta, aquel que purifica los vasos de oro de la casa del Señor, consumiendo la paja (1 Cor 13,12ss) limpiando toda ganga del mundo, acumulada por el gusto de los placeres mundanos, obra de la carne que tiene que perecer.
Este fuego es el que quema los huesos de los profetas, como lo declara Jeremías: “Era dentro de mí como un fuego devorador encerrado en mis huesos.” (Jr 20,9) Pues hay un fuego del Señor del que se dice: “delante de él avanza fuego” (Sl 96,3) El Señor mismo es como un fuego “la zarza estaba ardiendo pero no se consumía.” (Ex 3,2) El fuego del Señor es luz eterna; en este fuego se encienden las lámparas de los fieles: “Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas” (Lc 12,35) Porque los días de esta vida todavía son noche oscura y es necesaria la lámpara. Este fuego es el que, según el testimonio de los discípulos de Emaús, encendió el mismo Señor en sus corazones: “No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32) Los discípulos nos enseñan con claridad cómo actúa este fuego que ilumina el fondo del corazón humano. De ahí que el Señor llegará con fuego (cf Is 66,15) para consumir los vicios en el momento de la resurrección, colmar con su presencia el deseo de todo hombre y proyectar su luz sobre los méritos y misterios.





Con Jesús o contra Jesús

Autor: Misal Meditaciones
Lucas 12, 49-53

«He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».



Reflexión

San Francisco Javier, el mayor misionero que haya jamás existido, poseía este fuego del que habla Cristo. Cuentan que cuando dormía se revolvía en la cama, como si tuviera pesadillas, y solía gritar «más, Señor, quiero más, más, más...» interrogado por sus compañeros, respondía que durante el sueño Cristo le solía mostrar lo que había de padecer en aquellas tierras de misión a donde pensaba ir. Francisco veía ante sí las humillaciones y las persecuciones, las hambres y los fríos, las soledades y las incomprensiones, y sabía que eran el bautismo y el fuego que Cristo mismo había tenido. Por eso pedía más y más. 

Aquí con la experiencia mística de San Francisco Javier el gran apóstol de la India,  el carismatismo pos-gozo sensual  imperante y subyugante dentro de la Iglesia conciliar serían desenmascarados por este teológico significado que el cristiano recibe el bautismo (agua) y la confirmación (fuego) para padecer por puro amor a Cristo en su fidelidad a la Santa Fe y por la salvación de las almas contra la presunción de los pentecostales que han infectado la piedad católica. 

Decididamente, Cristo no vino de vacaciones a la tierra; ni vino a hacer una hermosa historia para que nos alegremos con él; ni se toma a broma eso de la salvación y de la predicación del evangelio. Cristo nos habla de fuego, de deseo ardiente de consumir la tierra con su doctrina, de sacudir al mundo de su indolencia y de su tranquila sensualidad. El cristianismo -como Cristo nos lo presenta- no permite medias tintas. No es de caramelo. No es la versión endulzada de una vida tranquila en la que no se pasa de rezar de vez en cuando y de no robar ni matar a nadie. Cristo pide radicalidad en el amor y en el seguimiento de su mensaje, no tener miedo a ser incomprendidos, y lanzamiento generoso a abrasar el mundo en el amor, en la defensa de la vida, en la promoción de una moral digna de un hijo de Dios, en la paz, en la honestidad y en la justicia. El amor es un misterio. El amor es fuego y verdad, el amor verdadero desconcierta, rompe esquemas humanos. El amor supera la razón, no es conocido en plenitud por el hombre, salvo si Dios lo quiere. El amor es el fuego que hemos de traer a la tierra. Es la esencia de la llama, lo que la mantiene y permite que el mundo arda. El amor es lo que permanecerá después de muertos, por eso es más fuerte que la muerte. Todo lo demás desaparecerá incluso la fe, pues ya no habrá sentido para ella porque conoceremos a Dios, ni tampoco la esperanza porque ya habremos llegado a la meta. Sin embargo, el amor permanecerá para toda la eternidad. El amor es lo que necesitamos para quemar el mundo. El amor no se improvisa, es fruto de un esfuerzo continuo, de un trabajo escondido y generoso, es dar sin recibir y seguir dando después de no recibir, y seguir dando aunque nos cueste.

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